miércoles, 9 de marzo de 2011

La historia más conmovedora de todos los tiempos. 2,Genes egoístas en grupos altruistas

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Dos de las cosas más extrañas de los humanos cuando se les compara con otros mamíferos son la moralidad y la cultura. Ninguna es exclusiva de los humanos, pero están presentes en el Homo sapiens en un grado tal que es incomparable con el de otras especies. El cómo evolucionaron estos rasgos humanos es controvertido. Es evidente que el desarrollo de nuestro cerebro fue clave; concretamente con las neuronas espejo que nos capacitan el empatizar con el otro, y con la corteza prefrontal (en lugar de la frente huidiza de nuestros ancestros) que nos permite proyectarnos en un tiempo futuro.

Pudiera ser que las neuronas espejo, eficientes detectores de los planes del enemigo, incluyeron a la vez, que los camaradas en la guerra se volvieran camaradas en todo lo demás, o que las mujeres cooperaran juntas en aspectos tan trascendentales como en la ayuda que requieren al dar a luz. También este mutuo entendimiento permitiría la cooperación y la estratificación del trabajo necesaria para una sociedad agrícola.

El argumento se basa en un oscuro agujero de la teoría evolutiva llamado selección de grupo. Según ésta a los grupos de individuos que colaboran les irá habitualmente mejor que a los grupos de egoístas, por lo que los primeros prosperarán a costa de los segundos. Así pues si la selección de grupo es correcta, los individuos estarían genéticamente predispuestos a actuar autosacrificándose por el bien del grupo.

Este argumento del “bien del grupo” se consideraba correcto hasta los años sesenta, cuando fue sometido a un examen riguroso y encontrado deficiente. La nueva teoría no enfrentaba a grupos con grupos, ni siquiera a individuos contra individuos, sino a genes contra genes. El comportamiento altruista en esta visión evolucionaría para favorecer un gen determinado, por ejemplo ayudando a parientes cercanos que también portarían el gen en cuestión. Este análisis del “gen egoísta”, llamado así por el libro de Richard Dawkins, hace casi imposible obtener comportamientos basados en el “bien del grupo”.

Unos cuantos investigadores, Samuel Bowles y Mark Thomas entre ellos, han sido reacios a abandonar la selección de grupo completamente. Hacen hincapié en la palabra casi del argumento anterior y afirman que, con toda su inteligencia y posesión del lenguaje, y su tendencia a vivir en grupos pequeños y muy cohesionados, los humanos pueden ser la excepción. También piensan que estarían sujetos a una forma de selección de grupo que es genéticamente egoísta.

Bowles se ha centrado en la guerra recogiendo datos numéricos e incorporándolos a un modelo matemático, ya que es tanto una acción muy colaborativa como, a menudo, genéticamente mortal para los perdedores, aunque también lo es la colaboración en el parto, ya que el hecho de que el bebé emerja de espaldas a la madre en su alumbramiento supone un gran riesgo para el mismo en caso de que sea solo ella la que colabore, y como también es la colaboración de una sociedad agrícola para soportar temporadas con menos recursos alimenticios o en la cooperación para caza y defensa de animales.

Bowles diseñó su modelo para comprobar esta idea. Aunque enfrenta a grupo contra grupo, está estrictamente basado en la idea de genes egoístas. Se centra en el beneficio del gen que promueve el autosacrificio. La pregunta es: ¿le irá bien a un gen así si los individuos que lo tienen conquistan el territorio y los recursos de un grupo similar vecino pero con el riesgo de que algunos de esos individuos pierdan su vida? Si los grupos más cooperativos era más probable que ganasen en los conflictos con otros grupos, ¿era suficiente para influir en la evolución del comportamiento social humano?

En ausencia de guerra, un gen que imponga un coste de autosacrificio tan pequeño como el 3% en reproducción perdida, caería del 90% al 10% de la población en 150 generaciones. El modelo de Bowles, sin embargo, predice que niveles mucho mayores de autosacrificio, en un caso hasta el 13%, podrían ser sostenibles en el caso de incorporar la guerra a la ecuación. Esto permitiría la evolución de rasgos altruistas y colaborativos que no serían posibles de otra manera. Además, aunque la guerra es un ejemplo extremo, los otros ejemplos menos radicales de autosacrificio tendrían similar capacidad de fortalecer al grupo.

Mark Thomas y sus colegas del University College de Londres (Reino Unido) también sugieren que la sofisticación cultural depende de más cosas que del desarrollo de la inteligencia. Requeriría a su vez de una población densa. Si esto es correcto, explicaría algunos hallazgos sorprendentes de la arqueología que, hasta ahora, no han tenido una explicación satisfactoria.

El equipo de Bowles se basó en un modelo matemático para intentar explicar el patrón de aparentes arranques en falso de la cultura humana moderna. Se cree que la especie humana surgió hace entre 150.000 y 200.000 años en África y que comenzó a dispersarse por el resto del mundo hace unos 60.000. Pero los signos de la cultura moderna, como los collares de conchas, el uso de pigmentos o la construcción de herramientas complicadas y difíciles como los arpones de hueso, no aparecen hasta hace 90.000 años. Poco después desaparecen, antes de aparecer otra vez, para desaparecer de nuevo en algunos lugares, hasta reaparecer en Europa definitivamente hace 45.000 años.

El equipo se basó en la idea de que se requiere un determinado número de personas para mantener las habilidades y el conocimiento en una población. Por debajo de este nivel, los efectos del azar pueden ser importantes. La probabilidad de que se hagan inventos útiles es baja y, si sólo unos pocos tienen las habilidades para fabricar nuevos inventos, puede que mueran sin haber pasado su conocimiento.

En su modelo, Thomas y sus colegas dividieron un mundo simulado en regiones con diferentes densidades de grupos humanos. Los individuos en estos grupos tenían ciertas “habilidades”, cada una asociada a un determinado nivel de complejidad. Las habilidades podían transmitirse, más o menos fielmente, produciendo un nivel medio de las mismas que podía variar con el tiempo. Los grupos también podían intercambiar habilidades.

El modelo sugería que una vez que se sobrepasaba la barrera de los 50 grupos en contacto, la complejidad de las tareas que podían mantenerse no se incrementaba con la incorporación de grupos adicionales. En vez de esto, era la densidad de población lo que demostró ser la clave para la sofisticación cultural. Cuanta más gente había, más intercambio había entre los grupos y más rica se volvía la cultura de cada grupo.

Como consecuencia Thomas sugiere que la razón de la que no haya prácticamente rastro de cultura hasta hace 90.000 años es que no había suficiente número de gente para soportarla. Es en este punto cuando, en un par de lugares en África (uno en la punta de más abajo del continente y otro en el este del Congo) producen signos de joyería, arte y armas modernas. Sin embargo, desaparecen poco después. Lo que, según Thomas, correspondería con períodos en los que el número de humanos se contrajo. Existen datos climáticos que prueban que esta contracción se produjo efectivamente.

De acuerdo con Thomas, por lo tanto, la cultura no habría sido inventada una vez, cuando la gente se volvió lo suficientemente inteligente, y habría progresado gradualmente hasta lo que tenemos hoy. En vez de eso, venía e iba en sintonía con los altibajos de la población. Desde la invención de la agricultura, por supuesto, no hizo más que crecer. Las consecuencias te rodean por todas partes.

2 comentarios:

  1. Ohhh que maravilla , siempre con una informacion con tantos conocimientos .... ahhh no se como lo haces pero estos informes son maravillosos... elevan los pensamientos y nos ayudan a llegar a respuestas inciertas.

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  2. Ok, paso por aqui tambien y te dejo mi correo ^^ : rosas.L7.unares@gmail.com soy Luar.

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