lunes, 31 de mayo de 2010

El Show de Craig Venter

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(pulsa foto para ver video)

En el mes de octubre del 2007, Craig Venter anunciaba a bombo y platillo en el periódico británico The Guardian que en su laboratorio estaban creando vida artificial, dejando en el aire muchas incógnitas y avanzándose a la publicación de los resultados que ahora aparecen en Science. Una vez más demostraba que para él la publicidad va por delante de los resultados.

Él y su equipo han diseñado un complejo sistema de ingeniería genética con el que han logrado sintetizar pequeños segmentos artificiales de ADN, y luego ensamblarlos y clonarlos utilizando contenedores biológicos para conseguir una réplica artificial, a imagen y semejanza del genoma original.

La reconstrucción de formas biológicas a partir de su mera información genética -a partir de una secuencia de letras de ADN escritas en un papel, o almacenadas en una memoria- ya la habían experimentado con virus, entre ellos el virus de la polio y el de la gripe española de 1918, pero los virus no son entidades biológicas autónomas sino dependientes de la célula a la que infectan.


La bacteria que acaba de salir de los laboratorios de Craig Venter es una célula, pero su genoma es pura química: ha sido sintetizado en el tubo de ensayo de la primera a la última letra. Los autores lo llaman célula sintética, cuando solo su genoma lo es. Para hablar de vida artificial también será necesario crear los orgánulos que forman la célula, su información epigenética y otros. Y un ser vivo no está hecho solo de genes. Las proteínas, los azúcares y las grasas son fundamentales como componentes de la célula, y para procesar su energía, o formar membranas.

Pero los azúcares y las grasas son sintetizados por enzimas, que son un tipo de proteínas. Y las proteínas se ensamblan a partir de sus unidades químicas (los aminoácidos) siguiendo el orden que dicta la secuencia de letras de los genes. Por tanto, aunque la "célula sintética" original solo lo fuera a medias, sus descendientes lo son por entero.

El equipo de Venter ha tenido que ensamblar esos fragmentos en una jerarquía de pasos: primero en cassettes de 1.000 bases, luego en ristras de 10.000, después en superristras de 100.000 y finalmente en la megabase total. Cada paso requiere usar contenedores biológicos, la bacteria Escherichia coli y la levadura del pan, Saccharomices cerevisiae.


La célula sintética es idéntica a su modelo natural, y por tanto no es útil en sí misma, sino como prueba de principio: la técnica funciona, sirve para generar células vivas a partir de una mera secuencia genética guardada en un ordenador, y a partir de ahora podrá usarse para crear otros organismos con genomas más inventivos.


Venter no ha creado "nueva vida desde cero". Para eso tendríamos que saber escribir genomas, en lugar de copiar los que ya existen (éste, en el fondo, se puede considerar el objetivo final de la genómica). EE UU hasta ahora está revocando estas patentes. Se duda que sea ético patentar un gen que ya existe. Pero no será así una vez se empiecen a fabricar nuevos microorganismos recombinando el “puzzle” genético esta vez de forma completamente original.


Habrá "una discriminación" entre quienes puedan beneficiarse de estas técnicas (mejores fármacos o bacterias capaces de limpiar el suelo de metales pesados, por ejemplo) y quienes no. Se podrían crear “fabricas intracorporeas” capaces de proveer de medicamentos cuando estos fueran necesarios abriéndose una gran brecha entre quienes dispusieran de estos mecanismos y quienes no, ya que selectivamente su carácter mucho más ventajoso supondría un índice mayor de supervivencia.


Éste y otros problemas como las posibles repercusiones de la liberación de estos organismos en el medio ambiente son los que seguramente han hecho que el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, encargara a la comisión presidencial para asuntos de bioética un analisis de las implicaciones de esta tecnología: tanto sus riesgos como sus beneficios potenciales sobre la medicina, el medio ambiente y la seguridad. La comisión deberá publicar en seis meses sus recomendaciones al Gobierno federal, en lo que puede conducir a la primera regulación legal de la creación de células sintéticas.

martes, 25 de mayo de 2010

Tinta de calamar

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En una entrevista, el neumólogo Josep Morera habla de la relación entre tabaquismo y enfermedades respiratorias y cuenta que hasta 1880 sólo se habían descrito 300 casos de cáncer pulmonar, pero que a partir de ese momento, cuando el tabaco pasó a elaborarse de forma industrial, el número de tumores se disparó, aunque hasta 1950 no apareció un estudio médico que vinculara hábito y dolencia. Entonces, las tabaqueras se lanzaron al ataque y, al no poder refutar esa evidencia, crearon un instituto de investigación cuya principal labor consistió en generar confusión asegurando que no estaba demostrado su poder cancerígeno.

Después de leer el texto, me doy cuenta de que la táctica tinta de calamar, que consiste en enturbiarlo todo para que se desconozca la realidad, debe de haber funcionado de manera habitual en relación con todas las drogas, ya que la percepción que la ciudadanía tiene de ellas guarda poca relación con sus efectos reales.

Si en la década de los setenta el consumo de drogas prohibidas se asociaba principalmente con la heroína y se consideraba propio de personas sin instrucción o, cuando menos, una actividad transgresora, actualmente mucha gente juzga su consumo glamouroso y lúdico y considera que quienes lo denostan son pusilánimes sin remedio. Así, no puede sorprender que, de los 6.802 análisis de droga (alcohol aparte) que los Mossos d'Esquadra realizaron a conductores en 2009, el 65% diera positivo. Las más consumidas por esos individuos interceptados eran el cannabis (60,7%) y la cocaína (28,07%), drogas que a muchas personas les parecen caramelos de menta.

Sin embargo, como ocurre con el tabaco, actualmente sí tenemos datos sobre los efectos devastadores que las sustancias psicoactivas tienen sobre nuestro cuerpo, sobre nuestro ánimo y, más aún, sobre nuestro cerebro, porque este, ahora, podemos conocerlo mediante las imágenes obtenidas por resonancia magnética y comprobar, así, las alteraciones que sufre.

Las drogas, alcohol incluido, actúan sobre el responsable de nuestras emociones: el sistema límbico, en el que se hallan los centros de recompensa y los centros de castigo, que resultan inutilizados; unos -los de recompensa-, al ser sometidos a una activación muy directa, para la que no están preparados, que impedirá que reaccionen ante estímulos naturales (comida, sexo...); otros -los de castigo-, porque se ponen en marcha en cuanto empieza la tolerancia a la droga, con lo que la persona adicta ya no la toma para experimentar placer, sino para evitar sentirse mal.

Por otro lado, el sistema límbico interactúa con la corteza prefrontal, la encargada de dirigir nuestra conducta para conseguir objetivos. Ambos trabajan a la par, excepto si uno de los dos tiene problemas. Muchas drogas inhiben el córtex prefrontal, por lo que el sistema límbico acaba yendo por libre. Precisamente la inexplicable actitud que percibimos en la edad adulta de la adolescencia se debe a que en esta época se producen cambios en nuestro cerebro, concretemente se mieliniza interconectando estas zonas pero sólo eficazmente cuando dicho proceso ha acabado: el final de la adolescencia que para las mujeres suele ser más precoz.

A la larga, la adicción provoca alteraciones permanentes en los circuitos y, entonces, las emociones dominan la conducta. En definitiva, nos hace regresar a nuestros orígenes evolutivos, a ese Homo neanderthalensis que, según hemos sabido recientemente, nos ha legado entre un 1% y un 4% de ADN, y que, según los especialistas, debía de tener menos desarrollada la capacidad de razonar, planificar o controlar la conducta, ya que su frente oblicua (huidiza) tal vez no permitía alojar una corteza prefrontal del mismo tamaño que la del Homo sapiens.

Dado que la edad media de inicio de consumo en España se sitúa sobre los 15 años para el cannabis y la cocaína, y que, de la población entre los 14 y los 18, más del 20% ha consumido el primero y un 6% ha probado ya la segunda, quizás deberíamos poner en marcha un sistema eficaz para alertar del peligro de la droga sobre los cerebros adolescentes que, si bien les es más dificil percibir el mismo, al menos debemos saber actuar para que finalmente puedan ser conscientes de el y no estancarse en una "neandertalización" permanente.