sábado, 17 de abril de 2010

En la elusiva superficie del espejo oscilando entre los mundos del orden y el caos

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Hay un salón delante del espejo y otro detrás. En el de detrás todo funciona al revés, la realidad se ha invertido y Alicia se siente extraña, tiene que interpretar cada cosa por primera vez. ¿Quién no se siente como Alicia alguna vez al día? ¿Cuántas veces caemos en el mundo al revés sin darnos cuenta? Como el enorme y monstruoso Polifemo que se inclina sobre su espejo, el mar, en un día en calma y se encuentra hermoso. Narciso va más allá aún y se enamora de sí mismo hasta morir. No de sí mismo, sino del que tiene enfrente que es y no es él y que además está en otro sitio: en el agua. Hemos venido a este mundo con un espejo en el cerebro. Unas veces su función es asumida por las neuronas espejo responsables de la empatía social. En otras, este espejo es la proyección del yo en las cosas. Espejos en cualquier caso distorsionados en mayor o menor medida.

La mitología está llena de aguas mágicas que actúan como puertas a otras dimensiones desconocidas y lo mismo ocurre con los espejos mágicos, donde se pretende encontrar los lados ocultos del espacio y atravesar la frontera del tiempo. La mente lógica y científica de Carroll convirtió a su vez el sueño de Alicia en una referencia disparatada precisamente por ser aplastantemente lógica. “…Pero ¿Cómo puede ser así?”, preguntaron a Richard P. FEYNMAN reflejando el deseo incontrolado, pero totalmente vano, de ver el asunto según algo conocido. “No lo describiré por analogía con algo conocido; sencillamente, lo describiré. (…) Creo que puedo decir sin temor a equivocarme que nadie entiende la mecánica cuántica. Así que no se tomen esta clase demasiado en serio, no tengan la sensación de que tienen que entender lo que voy a describir de acuerdo con algún modelo. Sencillamente, relájense y disfruten. Voy a contarles cómo se comporta la naturaleza. Si simplemente, admiten que se comporta así, encontrarán que es maravillosamente fascinante. Si pueden evitarlo, no se pregunten constantemente -…Pero ¿Cómo puede ser así?-, porque es perder el tiempo y entrar en un callejón sin salida del que nadie ha escapado hasta ahora. Nadie sabe como puede ser así”.

El mundo definido por la ciencia ha sido tradicionalmente un mundo de pureza casi platónica. Las ecuaciones y teorías que describen la rotación de los planetas, la elevación del agua en un tubo, la trayectoria de una pelota o la estructura del código genético contienen una regularidad y un orden, una certidumbre mecánica que hemos terminado por asociar con las leyes naturales. Los científicos, por cierto, han admitido hace tiempo que el mundo rara vez es tan euclidiano como aparenta ser en el espejo de esas leyes que atribuimos a la naturaleza. La turbulencia, la irregularidad y la imprevisibilidad se encuentran por doquier, pero siempre pareció justo entender que esto era "ruido", una confusión resultante de la manera en que se apiñan las cosas de la realidad. Dicho de otro modo, se pensaba que el caos era el resultado de una complejidad que teóricamente se podía desnudar hasta sus ordenados cimientos.

En realidad el comportamiento de un sistema esta determinado una vez fijadas las posiciones y velocidades iniciales. Basta con buscar la solución de la segunda ley de Newton (Fuerza = Masa x Aceleración). Sin embargo, esto no significa necesariamente predictibilidad. El hecho de que nuestro conocimiento de los datos sea siempre aproximado y la existencia de inestabilidades impide predecir. Como declaran en un artículo del American Scientist Bruce West, físico de la Universidad de California, y Ary Goldberger, profesor de la Escuela Médica de Harvard, "La variable y compleja estructura y conducta de los sistemas parece tan propensa a estar al borde del caos como a converger en un diseño regular".

Actualmente, la mayor incertidumbre que nos afecta proviene del propio ser humano. Para interpretar la evolución de los pensamientos de otra persona, ante la indeterminable retroalimentación que los sustenta, nada hay más efectivo que un posicionamiento intuitivo y esperar a que el espejo mental que nos proporciona la señal esté enfocado coherentemente al exterior.

Pero de un lado del espejo el orden se desintegra en caos. Los neurocientíficos por ejemplo averiguan cómo la descoordinación en el flujo de impulsos de información de las distintas zonas cerebrales que procesan una sensación provoca trastornos mentales como la dislexia, la amusia, la esquizofrenia, el trastorno bipolar (TAB) o la mitomanía. La interpretación se vuelve como la esquizofrénica unidad elemental de luz que se puede comportar como onda o como partícula, según lo que el experimentador escoja medir. De otro lado, el caos constituye el orden y una información que fluye a través de distintas distancias en el cerebro y en un cierto grado de independencia llega de forma simultánea a un lugar y en un instante preciso gracias a retrasos permitidos por la mielinización de los axones. Convergen con ello distintos impulsos bioeléctricos que se suman para la interpretación singular de lo percibido mientras que a su vez, el aumento de la intensidad de la señal estrecha y refuerza esta determinada conexión, clave para su memorización y aprendizaje.

Podría decirse por tanto que es en la elusiva superficie de ese espejo, y en el nexo entre ambos mundos, oscilando en armonía entre el orden y el caos donde habitan científicos como Carroll y su obra sigue siéndonos aunque ya más creciditos, una invitación al mismo.

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