martes, 16 de febrero de 2010

Hay otros mundos posibles


Resulta cotidiano salir a la calle y toparse con gente para la que ésta es su residencia estable. La mayoría padecen trastornos mentales y no hace falta una gran sensibilidad para darse cuenta que en cualquier otro sitio estarían mejor que allí.
Según un trabajo publicado en 'Psychological Medicine' por un grupo de Alicante la atención sobre las personas de su entorno reduce los ingresos y brotes en las personas con esquizofrenia. Constata que un seguimiento adecuado a los familiares y amigos de personas con esquizofrenia les permite gestionar mejor la enfermedad de éstos -reducir las tensiones, comprender mejor los síntomas, tratar de ponerse en el lugar del paciente- arrojando resultados muy superiores a los que pueden ofrecer sólo los medicamentos, hasta el punto de reducir enormemente las recaídas (12% en el grupo tratado frente al 40% en el grupo de control) o las alucinaciones o los delirios típicos de la enfermedad. También han conseguido disminuir los llamados síntomas negativos -los comportamientos pasivos, la falta de expresión afectiva, la falta de relación emocional, el aislamiento- "que se consideraban que no eran modificables" y, sobre todo, los incidentes graves por parte de los enfermos, destaca Girón.
La evolución nos ha dotado de un cerebro para sentir y para pensar, un órgano asombroso que sueña, ama y crea. Pero somos imperfectos. Al cerebro humano le lastra el miedo. Programado para sobrevivir, observa desde su caja negra los peligros que le acechan. Y, a diferencia del cerebro de otros animales, se anticipa a la incertidumbre y escudriña y teme también aquello que posiblemente podría ocurrirle:el desprecio de alguien amado, la muerte de un ser querido o la mirada del jefe que tal vez esté barruntando despedirnos. Atrincherado en su miedo a no sobrevivir, el cerebro nos tiende trampas para aliviar su soledad, para poblar de certezas su universo incierto y cambiante. A golpe de etiquetas dividimos el mundo en bueno o malo, es decir, en seguro e inseguro. Vivimos con la mirada del inconsciente fija en el código evolutivo heredado de los muertos: lejos de la manada, acecha la muerte. El desprecio de los otros nos aterra. Intentamos ampararnos en el abrigo de verdades egocéntricas que defienden un espacio seguro. Para ellos ese espacio es individual, unipersonal en ellos mismos, pero para nosotros puede ser una versión colectiva del mismo; el grupo, político, familiar o artístico. Ulteriormente, los humanos tienden naturalmente a la justicia social y a la empatía, pero éstas se inhiben si el entorno y el cerebro así se lo aconsejan. No somos malos, somos obedientes porque tenemos miedo, aunque esa contradicción entre lo sentido y lo vivido crea más soledad y dolor del que siempre quisimos evitar.
En ese espacio seguro, renunciamos a nuestro ser transparente, único y vulnerable, rechazamos enfrentarnos a las emociones que producen miedo y ansiedad. Disimulamos y evitamos hablar del dolor que alberga el mundo, aunque los expertos alertan del incremento espectacular de los trastornos mentales, con su séquito de sufrimiento, suicidios, maltratos y abusos, incluso entre los más jóvenes. ¿Por qué no somos capaces de ayudar a nuestros conciudadanos a encontrar su lugar en el mundo? El sistema alimenta con esfuerzo y rigor nuestro cociente intelectual, pero apenas educa en el conocimiento sobre uno mismo; en la capacidad de reinterpretarse, de desaprender aquello que nos lastra, en la expresión pacífica de la ira, en la capacidad de sentir y de escuchar al otro, en convivir. La inteligencia emocional se ha convertido en nuestra sociedad en un don para unos pocos, en vez de una actitud vital para todos.
El cerebro es lo único que nos limita, a partir de él todos los mundos son posibles. Para algunos sin embargo la perspectiva esta tan deformada que tras la ventana solo ven monstruos, reflejos en realidad de en lo que se han convertido ellos mismos. Físicos y astrónomos proclaman cada día un universo inmenso, frío e inhóspito, a años luz de las leyes que gobiernan nuestra cotidianidad. No debemos dejar que para algunas personas, precisamente los que están a su lado y con quienes comparten experiencia vital sean el elemento intimidador. Tenemos que aprender a ganarnos su confianza y lograr que integren nuestro punto de vista integrando nosotros antes el suyo particular. Promover al fin y al cabo la muy saludable perspicacia que nos lleva a contrastar nuestra opinión con la del resto, aceptando y tolerando que no hay una verdad absoluta sino verdades parciales, y que es de ese diálogo entre todas ellas de donde habrá de salir una verdad nueva capaz de acogernos a todos.

“Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”
Fuente: "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz", de "El Aleph" J.L.Borges

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