viernes, 18 de febrero de 2011

Sexo y violencia, dos caras de una misma VMH

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Los científicos han sabido desde hace mucho tiempo que la estimulación de una región particular del cerebro podría desencadenar un comportamiento agresivo. Pero los métodos utilizados en esos estudios, que datan de la década de 1920, eran mucho menos precisos que las sofisticadas herramientas a disposición de los neurocientíficos de hoy.

En el estudio publicado el 10 de febrero 2011 en la revista Nature, David Anderson y su equipo del Instituto de Tecnología de California en Pasadena (CalTech) decidieron identificar el circuito neuronal básico que subyace al comportamiento agresivo usando métodos más modernos. Centraron sus esfuerzos en una región del hipotálamo del cerebro llamado el núcleo ventromedial, concretamente en la parte más profunda de esta región; una pequeña área cerca de 300 micrones de diámetro, llamada VMHv1.

Los investigadores insertaron durante un período de varios meses diminutos paquetes de electrodos en el cerebro de ratones machos permitiendo registrar la actividad de 104 neuronas individuales del VMHv1. El hipotálamo y sus subdivisiones, una de las más antiguas estructuras del cerebro, son universales en todos los mamíferos. El sexo y la violencia también lo son, y es muy probable que unos circuitos muy similares existan también en los humanos.

Mientras el ratón macho estaba solo en su jaula, estas neuronas permanecían pasivas. Sin embargo, los ratones son territoriales, así que cuando los investigadores colocaron a un segundo ratón macho en su jaula, el ratón atacaba, golpeaba con su cabeza y mordía. Cada vez que se produjo este comportamiento, los investigadores observaron que un subconjunto de células cerca de los electrodos implantados comenzaron a activarse. Mientras que algunas neuronas comenzaban a dispararse en el momento en que el foráneo entraba en su jaula, las demás sólo se disparaban una vez que el ratón luchaba.

Cuando los investigadores colocaron una hembra de ratón en la jaula en vez de un segundo varón, el ratón se convirtió en cariñoso. Los investigadores pudieron ver que casi la mitad de las neuronas del VMHv1 activadas con anterioridad también lo hacían en esta situación. Y, aunque el circuito neuronal se desarrollaba de forma diferente (cuando los ratones comenzaron a aparearse, la actividad de las neuronas en el VMHv1 disminuyó), parece ser que la interpretación del input en uno de los dos comportamientos, inhibía la posible activación del otro.

"La interacción entre el sexo y la violencia está profundamente enraizada en la arquitectura básica del cerebro" Clifford Saper, neurólogo de la Facultad de Medicina de Harvard

La forma más precisa de manipular circuitos cerebrales concretos es una técnica desarrollada en los últimos años llamada optogenética. Empleando este procedimiento, utilizaron posteriormente un virus para insertar un gen en neuronas del VMHv1 el cual codificaba un canal iónico que permitía controlarlo (activarlo o no) con la luz. Una vez que el virus había infectado a las neuronas insertando su carga genética, los investigadores utilizaron un cable de fibra óptica para iluminar esta región del cerebro. La combinación de genes que solo se activan en ciertas zonas y de luces que solo inciden en cierto momento permite un control espaciotemporal muy fino en la manipulación de la actividad cerebral. Es así como Dayu Lin, del equipo de CalTech, identificó con gran precisión los circuitos del hipotálamo que subyacen a los comportamientos agresivos.

Cuando los investigadores hiperactivaban los circuitos del VMHvl con sus técnicas optogenéticas, los ratones macho se volvieron anormalmente agresivos: atacaban no solo a machos y hembras por igual (ver video), sino también a machos castrados, a quien los hombres por lo general se ignora, así como los animales anestesiados e incluso a los objetos inanimados, como un guante de látex inflado. "La luz se enciende y el animal ataca el guante. La luz se apaga y el animal deja de atacar ", dice Anderson. El dato alentador es que confirmó que el sexo suprimía la agresividad, ya que esa misma hiperactivación optogenética no tenía el menor efecto si el ratón ya estaba inmerso en una actividad sexual. Es otra evidencia más de que el sexo y la violencia requieren parte de las mismas redes neuronales, y de que estas compiten entre sí hasta que uno u otro comportamiento se impone.

Quizás, dice Anderson, la interpretación del input en ésta zona del cerebro podría funcionar mal en algunos delincuentes sexuales violentos. "Tal vez en aquellos individuos hay algún tipo de defecto de conexión de estos circuitos en el cerebro, por lo que los impulsos violentos y los impulsos sexuales no están bien separados unos de otros".

Los resultados sugieren que estas conductas se localizan en esta región particular del cerebro, y no tan ampliamente distribuidos en el hipotálamo, como estudios previos sugirieron. Que la inactivación de un circuito cerebral elimine el comportamiento agresivo solo prueba que ese es uno de los muchos elementos que pueden intervenir en el fenómeno, pero que la actividad anormal de esos mismos circuitos dispare por sí misma el comportamiento agresivo es una evidencia que apunta al controlador fundamental del proceso.


sábado, 5 de febrero de 2011

product-service system

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¿Cómo reducir el impacto ambiental en un mundo de recursos limitados cuando la buena marcha de nuestra economía depende en realidad de que no se pare nunca de fabricar y consumir productos? Una de las ideas propuestas desde hace unos años es concentrarse más en vender servicios en lugar de productos, de forma similar a un sistema de préstamo de bicicletas, como el Bicing de Barcelona. En este caso, los beneficios económicos de la empresa no van a depender ya de no dejar de vender bicicletas, sino de sacar el máximo rendimiento posible de las que se tenga en alquiler, lo que se supone que promueve un uso más eficiente de los recursos disponibles y reduciría el impacto ambiental. O eso dice al menos la teoría.

Frente a la economía tradicional de los productos, este modelo de economía orientada a los servicios o de ‘producto de servicio’ (product-service system (PSS)) ha sido planteado por diversos autores en la última década. En realidad el concepto es bastante amplio. Existen negocios de este tipo que funcionan ya desde hace mucho tiempo, como una lavandería. Pero también se han propuesto muchas otras fórmulas y muy novedosas. En París, donde se implantó con gran éxito su sistema de préstamo de bicicletas, Vélib, existe un proyecto para probar ahora con coches eléctricos: Autolib. En ‘Cradle to cradle’ (De la cuna a la cuna), Michael Braungart y William McDonough defienden que aquellos productos con valiosos “nutrientes técnicos” (como coches, televisores, frigoríficos, una moqueta…) sean concebidos de nuevo para no vender el producto, sino el servicio que pueden prestar a un cliente. Y también se plantea que este tipo de sistemas se utilicen para algunos metales raros o escasos: de forma que el uso de materiales como el litio de una batería no implique tener su propiedad.

En teoría, esto evitaría que, como ocurre ahora, las empresas limiten la vida de sus productos para asegurarse que los clientes vuelven a las tiendas a comprar más (la llamada obsolescencia programada). Al contrario, al vendedor debería interesarle que dure lo máximo posible para poder seguir ganando dinero con la venta de sus servicios. La práctica de la obsolescencia programada comenzó a realizarse en los años veinte cuando las principales fábricas de bombillas pactaron en secreto que la vida útil de sus productos debería reducirse de 2.500 a 1.000 horas para multiplicar sus ventas. Según lo afirma Cosima Dannoritzer, directora del documental: “esta práctica empresarial se ha convertido en la base de la economía moderna, a pesar de las terribles consecuencias medioambientales de un sistema que genera toneladas de residuos inútilmente“. El modelo “PSS” podría mejorar la gestión de los residuos, pues los productos volverían siempre al vendedor que podría repararlos, reutilizarlos o reciclarlos de la forma más eficiente posible, lo que ahora no interesa tanto.

“Se ha trabajado poco con este concepto en España, pero como consecuencia de la crisis se está empezando a revitalizar todo esto dentro de la llamada economía verde”, asegura Luis Jiménez Herrero, director del Observatorio de la Sostenibilidad en España (OSE) y profesor de Economía del Medio Ambiente de la Universidad Complutense. “Se trata de ser más ecoeficientes y de desmaterializar el consumo, con el planteamiento tradicional hay que producir más para vender más, pero lo que debemos conseguir es producir menos para ganar más, o para seguir ganando”.

Oksana Mont investigó esto mismo para su tesis doctoral en el International Institute of Industrial Environmental Economics de la Universidad de Lund (Suecia). Su trabajo incidía en que, si bien existen experiencias de sistemas orientados en servicios en los que se sí se produce una reducción significativa de los impactos, esto no significa que este tipo de negocios sean de por sí mejores para el medio ambiente. Mont analizó lo que ocurre con taladradoras y máquinas cortacésped en distintos escenarios de uso: desde un único propietario hasta múltiples usuarios. Los resultados del análisis de ciclo de vida de estos productos muestran que sí se produce un impacto menor cuando se comparten estas máquinas entre vecinos de una zona residencial. Sin embargo, en algunos escenarios de alquiler en puntos más alejados las emisiones de CO2 eran mucho mayores por los desplazamientos para recoger y devolver el cortacésped cada vez que se necesita.

Para esta especialista sueca, el impacto real de estos sistemas va a depender sobre todo del diseño y de la eficiencia de la red. Lo mismo ocurre con la logística de un servicio de préstamo que tiene que tener bicicletas siempre listas por toda la ciudad: resultará muy importante reducir todo lo que se pueda los desplazamientos de camiones o vehículos contaminantes utilizados para redistribuir las bicicletas.

Una de las mayores limitaciones del sistema es que el impacto ambiental va a depender también en gran medida del uso que haga al final el consumidor, al que puede importarle poco su incidencia ambiental (concienciación socio-ecológica, o la conservación de una bicicleta que no pertenece a su usuario).

Existen casos de negocios que han conseguido poner en práctica este concepto en complicadas redes con resultados positivos. Un caso es el de la empresa CHEP, que gestiona el uso compartido de cerca de 300 millones de palés empleados para transportar mercancías por todo el mundo. Los palés son reutilizables y están pintados de azul para distinguirlos de los desechables. No se compran, sino que se alquilan. Una empresa que comercialice un producto puede utilizarlos para transportar mercancía hasta otro país y allí serán recogidos por una filial de CHEP para revisarlos, repararlos si es necesario, y volver a utilizarlos.

Otro ejemplo interesante, aunque algo distinto al resto, es el del servicio de neumáticos para flotas de camiones de la multinacional Michelin. Aquí sí se vende el neumático, pero junto a un servicio de mantenimiento que se ocupa de alargar la vida de la rueda. Michelin envía técnicos a las flotas para controlar el estado de los neumáticos y se ocupa de que las ruedas gastadas sean recauchutadas para volver a utilizarse. El resultado es que los neumáticos duran 2,5 veces más que los que no utilizan este servicio, produciéndose además un significativo ahorro de carburante en los camiones.