viernes, 11 de junio de 2010

Spaceship Earth

>
En 1951, Buckminster Fuller inventó la expresión 'Spaceship Earth' para referirse a que la Tierra era una nave espacial cuyos habitantes comparten un mismo destino, por encima de las diferencias más o menos ilusorias en virtud de las cuales se matan los unos a los otros.

Hoy vivimos aún con la mirada del inconsciente fija en el código evolutivo heredado de tiempos pretéritos. Seguimos midiendo a las personas y a nosotros mismos según los caracteres externos -raza, clase...- que se posean relegando el valor intelectual. Pero las contraproducentes condiciones socio-económicas harán tambalear esta lógica consumista por lo que habrá que empezar a buscar una alternativa verdaderamente sólida.

"Nada reducirá la pasión consumista, salvo la competencia de otras pasiones", afirma otro francés, Gilles Lipovetsky (La sociedad de la decepción). ¿Como cuáles? "Conocer, aprender, crear, inventar, progresar, ganar autoestima, superarse", ese tipo de ideales o ambiciones que los bienes comerciales no pueden satisfacer. Atención a su profecía: "Llegará un día en que la cultura consumista no tendrá ya el mismo impacto, la misma importancia en la vida de las personas. A fin de cuentas, esta cultura es una invención reciente en la historia: comienza su andadura a fines del siglo XIX y adquiere una fuerza considerable a partir de la década de 1950"; es decir, puede asimismo deshacerse o transformarse.


Si la competitividad material tornara a competitividad intelectual cambiaría que de un elemento tangible, la competencia pasaría a enfocarse sobre el virtual del conocimiento, que sin embargo es más real.


La imposibilidad de transportar mercaderías baratas de una parte del mundo a otra Cuando el barril de petróleo vuelva a costar tres dígitos acabando con la cultura low cost, según Jeff Rubin, (Por qué el mundo está a punto de hacerse mucho más), nos obligará a producirlo todo más cerca: desde los granos de arroz hasta los barcos y lo que era exótico volverá a ser exótico y caro. Dicho de otro modo, nos tendremos que reacostumbrar a una cultura material de nuevo más local y artesana.


La crisis radica en la concepción de la naturaleza humana que rige el comportamiento de los líderes mundiales y cuyos presupuestos surgieron hace más de 200 años, durante la Ilustración, en los albores de la economía de mercado y de la era del nacionalismo. A los pensadores ilustrados, con sus ideas de que la esencia humana es racional, distante, autónoma, ambiciosa y utilitarista, les gustaba propugnar que la salvación individual está aquí en la Tierra, en un ilimitado progreso material particular.

La concepción ilustrada de la naturaleza humana se reflejó en el recién acuñado Estado-nación, cuyo objetivo era proteger la propiedad privada, estimular el mercado y servir de intermediario a los intereses de la ciudadanía en el ámbito internacional. Se consideraba que los Estados-nación eran agentes autónomos envueltos en una incesante batalla con otras naciones por la obtención de ganancias materiales.

Si la naturaleza humana es como indicaban los filósofos ilustrados, probablemente estemos condenados. Imposible concebir un ejercicio competitivo de escala mundial sostenible, respetando la salud a la biosfera si todos nosotros, en nuestra esencia biológica, somos agentes autónomos, egoístas y materialistas.

Sin embargo, los últimos descubrimientos sobre el funcionamiento del cerebro y el desarrollo infantil nos obligan a repensar esos arraigados dogmas. Los biólogos y los neurocientíficos cognitivos están descubriendo neuronas espejo, llamadas de la empatía, que permiten a los seres humanos sentir y experimentar situaciones ajenas como si fueran propias. Parece que somos los animales más sociales y que buscamos interactuar íntima y amigablemente con nuestros congéneres.


Por su parte, los científicos sociales están comenzando a reexaminar la historia con una lente empática, descubriendo así corrientes históricas ocultas que sugieren que la evolución humana no sólo se calibra en función del control de la naturaleza, sino del incremento y la ampliación de la empatía hacia seres muy diversos y en ámbitos temporales y espaciales cada vez mayores. Las pruebas científicas de que somos una especie básicamente empática tienen consecuencias sociales profundas y de gran alcance, y podrían determinar nuestra suerte como especie.


Reconvertir las relaciones globales de una base materialista a la del conocimiento sucitaría la supervivencia y sostenibilidad biológica y daríamos el salto hacia una conciencia empática mundial.

Al desarrollar el sistema nervioso central de cada individuo y del conjunto de la sociedad, las revoluciones en las comunicaciones no dejan de proporcionar escenarios cada vez más incluyentes para la maduración de la empatía y la expansión de la conciencia. Durante la primera revolución industrial, caracterizada por la imprenta y la conciencia ideológica, la sensibilidad empática se extendió hasta alcanzar las fronteras nacionales, de manera que los estadounidenses se identificaban con los estadounidenses, los españoles con los españoles, los japoneses con los japoneses, etcétera. Durante la segunda revolución industrial, caracterizada por las comunicaciones electrónicas y la conciencia psicológica, los individuos empezaron a identificarse con otros de ideas afines.

Hoy en día nos encontramos en la cima de otra convergencia histórica, en una tercera revolución industrial de la energía y la comunicación, que podría extender la sensibilidad empática a la propia biosfera y a toda la vida terrena. La repartida revolución de Internet se está conjugando con la diseminación de las energías renovables, haciendo posible una economía sostenible que se gestiona localmente con vínculos en todo el mundo. Durante el siglo XXI, cientos de millones de personas transformarán sus edificios en centrales productoras de energía que producirán in situ fuentes renovables, almacenándolas en forma de hidrógeno y electricidad compartida, e intercambiándolas a través de retículas locales, regionales, nacionales y continentales de funcionamiento similar al de Internet. En el ámbito energético, al igual que en el del conocimiento, la difusión de fuentes de código abierto dará lugar a espacios de colaboración energética, no diferentes a los de índole social que en la actualidad existen en Internet.


Si conseguimos aprovechar nuestra sensibilidad empática para instaurar una nueva ética mundial habremos superado los distantes, egoístas y utilitaristas presupuestos filosóficos que acompañaban a la competitividad materialista de los mercados nacionales y el orden político de los Estados-nación, situándonos en una nueva era de conciencia biosférica. Así, dejaremos el antiguo mundo de la geopolítica para entrar en la nueva era de la política del conocimiento afín con nuestra biosfera. Esta nueva perspectiva va más allá de la tradicional divisoria entre conservadores y progresistas que caracteriza la geopolítica actual de la economía de mercado y el Estado-nación. La nueva divisoria es generacional y enfrenta el jerárquico modelo de organización familiar, educativa, comercial y política con otro más cooperativo y cosmopolita que, en su funcionamiento y sus espacios sociales, favorece los ámbitos comunes del código abierto. Para la generación de Internet, la calidad de vida se mide más por el valor intelectual (ilimitado) que se manifiesta en el mundo virtual relegando ahora este a los valores materiales.


El conocimiento y el pensamiento, más allá de los credos religiosos y la identificación nacional, incorporará empáticamente a toda la humanidad en un ingente proyecto vital que envolverá la Tierra, esta vez respetándola.